lunes, 15 de mayo de 2017

El coleccionista.

El que esto escribe es un diletante del arte y las letras. Mi pinacoteca se compone de muchos más cuadros de los que puedo colgar, lo cual a todas luces es una estulticia. En ella hay algunos artistas del Renacimiento y otros que transitan en el decurso de los siglos hasta llegar al actual.

Las rubricas van desde Rembrandt, Da Vinci, Miguel Ángel Buenorroti, Jacques Louis David y muchos más. Por supuesto que no pueden faltar los Picasso, los Degas, Dalí (muchos de ellos expropiados por mis hijos) y otros igual de buenos pero sin el renombre de los anteriores.

También están los nacionales como Rufino Tamayo, Frida Kahlo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Remedios Varo (española exiliada en México), Leonora Carrington, José Luis Cuevas, así como otros ilustres pintores del decimonónico y del XX que distinguieron a nuestro país en el mundo de las artes.

En lo referente a la bibliofilia las cosas no están mejor. En mi colección hay incunables, primeras ediciones, libros que están en índice (Index librorum prohibitorum), otros firmados por sus autores, otros de colección y muchos más de filosofía, historia y teología.

Mis colecciones tienen que ver con mis debilidades… No con mi inteligencia (que es poca), ni tampoco con la razón (que es más poca), ni con el acertado uso del dinero (que esta de lo peor), sino única y exclusivamente con mis debilidades.

No me gustan los carros, las motos, yates y ninguna de esas trivialidades que son del gusto común. Razón por la cual no gasto en marcas sino en transporte, pudiéndome mover en un auto de lujo o en un utilitario. Lo que me interesa es que me transporte. Lo demás me es insustancial.

Uno de mis hijos me preguntó qué si no me gustaban los carros deportivos (pregunta proyectiva ya que él desea que le regale uno). Le respondí que si… Que si me gustaban y mucho, pero que me dolía en el alma, y más en la cartera, gastar tanto dinero en algo que voy a traer rodando.

Le comenté que en una de esas razones que le construimos a la razón para justificar nuestros actos, me propuse ahorrar hasta reunir diez el valor del deportivo que quería, en la inteligencia de que si llegaba a tener diez veces el valor del auto, no me iba a doler gastar esa cantidad en esa trivialidad… Y que tres veces ahorre diez veces el valor del carro y las tres veces termine comprándome un utilitario cuatro puertas, anónimo, cómodo y funcional.  

Hay tres razones por las cuales una persona colecciona o retiene cosas que no tienen valor más que para él mismo: 1) La utopía de su valor; 2) La falsa imagen del estatus o valor social; 3) El valor sentimental que la persona le da al objeto y la forma en que este compensa al sujeto. 

La más importante de ellas es la tercera, la psicológica. Las otras dos: la utopía del valor y la del estatus, son una estulticia. Un engaño de la conciencia. Son razones que le damos a nuestra razón para justificarnos a nosotros mismos del porque hacer ese gasto, y lo hacemos porque estamos bien ciertos de que es un capricho, no una inversión, no obstante son razones que ya una vez que las compramos como válidas, se las vendemos a los nuestros para justificarnos y subirlos a nuestra fantasía.

Yo viví en Monterrey, un estado del norte de México en el que se desato una ola de violencia que hizo que muchos que estaban en posibilidad de hacerlo, se mudaran a nuevas latitudes. Yo termine mudándome pero lo hice por negocios, por lo que me toco toda esa ola de violencia de la que no fui ajeno.

Después de mi incidente me vi en la necesidad de cambiar mi estilo de vida para migrar a otro de completo anonimato. Así fue como llegue a un sector de la ciudad en el que el estrato socioeconómico en el que difícilmente me volvería a pasar algo así.

Puse mi estudio en ese lugar y lo sature de obras de arte y de libros. Es una galería museo a la que llego a refugiarme cuando estoy en Monterrey, y si bien es cierto que tengo casa en Monterrey, también lo es el que solo la uso para pernoctar, ya que cuando estoy ahí me paso todo el tiempo en mi estudio rodeado de mis cuadros, libros y esculturas.

Tengo, justo al lado de mi estudio, un vecino que también es coleccionista. Él es director de un área del banco en el que trabaja. Tiene, en su calidad de director, acceso a créditos blandos que le hacen la vida más agradable. Los intereses que le cobran son tan bajos que le es muy fácil hacerse de un patrimonio para el futuro, gracias a eso es que pudo adquirir la casa contigua a mí, así como esas otras cosas que conforman su colección.

La casa de mi vecino es del mismo tamaño que mi estudio. En la casa de él habitan cuatro personas y dos mascotas, en mi estudio estoy yo y ocasionalmente alguno de mis hijos.

Hasta aquí todo bien, no obstante lo que me llama la atención son las colecciones de mi vecino. Por supuesto que el buen juez por su casa empieza, cosa que no estoy haciendo ya que no estoy ajeno a lo que voy a enunciar. En lo personal las colecciones de mi vecino me causan un azoro similar al que seguramente le causan las mías. 

Mi vecino posee una colección de automóviles y motocicletas de muy buen nivel. Su colección de carros excede las veinte unidades y sus motocicletas, aunque pocas, son vistosas y costosas. Tiene carros que por sí solos exceden el valor de su morada y probablemente una o dos de sus motos estén por arriba de lo que vale su casa.

Me queda claro que su estilo de vida hace que descarte dos de las posibles causas para justificar su colección, ya que no invierte en ello pensando en que el valor de las mismas se incremente, como tampoco por estatus o prestigio social, ya que siempre se mueve en un carro convencional y anónimo que le permite pasar desapercibido.

Así, él como yo y muchos otros, colecciona cosas por el valor sentimental que le atañe a estas y por lo que estas le compensan a él. Cierto es que en la psicología del autoengaño uno se dice a sí mismo que la preservación del objeto es de vital importancia, ya que se corre el riesgo de que si uno no lo compra y conserva para sí, se corre el riesgo de que este pase a manos de alguien que no lo sepa valorar y termine deshaciéndose de él o tirándolo a la basura.

Primero es menester reconocer que toda colección es ilógica. Es una inversión que atenta contra el principio de valor. Cierto es que una obra de arte puede llegar a valer mucho más de lo se pagó por ella, pero es algo que difícilmente vera el comprador… Tal vez sus nietos, pero no él. Algo similar pasa con los carros, motocicletas, libros y demás objetos de una colección.

Un cliente que falleció hace poco más de un año, dejo una colección de relojes de oro sin parangón. En ella había desde las marcas convencionales (Rolex, Longines, Baume Mercier y otras), así como las no convencionales (Louis Moinet, Chopard, Piaget, Patek Pilliphe y muchas más). Lo paradójico del asuntos es él siempre uso un Timex o algo de bajo valor que le permitiera pasar desapercibido. Compraba los relojes porque le gustaban y se solazaba en ellos. Jamás pensó en ellos como costo o inversión, simplemente le gustaban y los compraba.   

Al morir lego la colección a sus nietos. Ninguno de ellos pensó en venderlos, amén de que estaban ciertos de que nadie pagaría su valor. Estos los conservaron para sí y los usan como reloj de diario. Para ellos no son más que un simple reloj, el cual, obviamente, no tiene ni de cerca el valor sentimental que les otorgaba su abuelo.

Ejemplos de estos hay muchos, no obstante todos me llevan a la misma pregunta: ¿Qué hace que una persona coleccione determinado objeto, aun a sabiendas de que este no tiene valor más que para él mismo?

Psiquiátricamente se ha demostrado que las personas no se deshacen de los objetos que conforman su colección, debido a que le han transferido a estos algo de sí mismos. Deshacerse de los objetos de su colección equivale a deshacerse de una parte de sí, lo cual, obviamente, genera dolor. La historia está llena de escritores que al perder su biblioteca se han dejado morir debido a que ya no encuentran aquello en lo se solazaban y hallaban.

La colección, sin importar el o los objetos coleccionables, obedece a una necesidad psicológica del coleccionista. Todos coleccionamos algo. Algunos coleccionan amores, otros coleccionan dioses, amigos, enfermedades, dramas, basura, piedras, sellos postales y todos los etcéteras que usted se pueda imaginar.

No obstante la realidad es que el objeto, ya sea material o insustancial -como la religión y todo lo que emana de ella, completa y complementa al sujeto más allá de lo que él pudiera llegar a imaginarse o a pensar.

El coleccionista, por el solo hecho de encontrarse en aquello que colecciona, le dedica más tiempo a su colección que el que le dedica a los suyos. Por supuesto que no está consciente de ello, pero lo hace. Una amiga me decía que para ella primero esta dios y luego todo lo demás. Le pregunté que sí lo mismo aplicaba a su hijos y pareja y me respondió que sí.

Al paso del tiempo tuve oportunidad de conocer a sus hijos y pareja, y pude constatar que así era. Ellos se sabían y sentían en un segundo o tercer plano en la vida de ella. No sentían, ni en hechos ni en expresiones, que ocuparan un lugar igual o mayor al que ocupaba dios en la mente de ella, ya que para su mamá lo más importante en hechos, expresión y emoción, era dios.

Por supuesto que cuando se lo hice ver no me creyó. Lo negó rotundamente, amén de que atribuyo mi comentario a la enorme cantidad de azufre que según ella corre por mis venas, lo cual metafóricamente entiendo, no obstante eso no resta el hecho de que sus hijos están en un nivel inferior al que ocupa el concepto de dios en ella.

Lo más interesante del caso es que ella no entiende el como si siempre ha predicado con el ejemplo, sus hijos y pareja le tengan aversión al concepto de dios. Le hice ver que cuando no gobiernas tu colección, es ella la que te gobierna a ti, por lo que es muy difícil entender que el que está mal es uno mismo y no los otros.

 ¿Por qué entonces se pierde el coleccionista en su colección al grado de no poder ver la realidad? Esto es debido a que los objetos o ideas que conforman su colección, lo relajan y lo salvan de sí mismo y del mundo, amén de que son la vía a través de la cual rompen con el tedio y monotonía de la vida.  

La colección se convierte en un refugio de paz. En lo personal conozco a varios amigos que poseen o van a un lugar ajeno a su familia en el que están sus objetos preciados. Por lo general el lugar en si no se distingue por sus características arquitectónicas o de confort,  sino por su contenido. Lo curioso es que más de uno (incluido el que esto escribe) le dicen a ese lugar: “El Refugio”.

La colección es, cuando uno la maneja a ella, un espacio en el que el sujeto se encuentra consigo mismo. Cada una de las cosas que la conforman le habla de sí, de sus miedos, carencias, ambiciones, sueños y fantasías. Le habla de esas cosas que difícilmente le dirá a los demás, incluidos los suyos. Su colección se torna un refugio. Un lugar para guarecerse del mundo y para encontrase a sí mismo en la cordura o en la locura, pero a sí mismo.

Unos se refugian en sus libros, los huelen, acarician y leen como si en ellos estuviese la verdad revelada. Otros se pasan los días de asueto lavando sus carros, acariciándolos, haciéndoles el amor, deteniéndose en cada detalle como si en ello les fuera la vida.

No obstante lo importante es que más allá de si es un libro, un carro o algo tan etéreo como dios, el coleccionista, al terminar su rutina de adoración, se sentirá como nuevo…

Listo y pronto para volver a ese mundo corrupto y malévolo donde nada es lo que parece, donde hay que competir contra todo y contra todos, a sabiendas de que al final podrá regresar a ese sacrosanto lugar que es su colección, para salvarse de sí mismo y del mundo.

Nos leemos en el siguiente artículo.

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