El
que esto escribe es un diletante del arte y las letras. Mi pinacoteca se
compone de muchos más cuadros de los que puedo colgar, lo cual a todas luces es
una estulticia. En ella hay algunos artistas del Renacimiento y otros que
transitan en el decurso de los siglos hasta llegar al actual.
Las
rubricas van desde Rembrandt, Da Vinci, Miguel Ángel Buenorroti, Jacques Louis David
y muchos más. Por supuesto que no pueden faltar los Picasso, los Degas, Dalí
(muchos de ellos expropiados por mis hijos) y otros igual de buenos pero sin el
renombre de los anteriores.
También
están los nacionales como Rufino Tamayo, Frida Kahlo, Diego Rivera, José
Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Remedios Varo (española exiliada en
México), Leonora Carrington, José Luis Cuevas, así como otros ilustres pintores
del decimonónico y del XX que distinguieron a nuestro país en el mundo de las
artes.
En
lo referente a la bibliofilia las cosas no están mejor. En mi colección hay incunables,
primeras ediciones, libros que están en índice (Index librorum prohibitorum),
otros firmados por sus autores, otros de colección y muchos más de filosofía,
historia y teología.
Mis
colecciones tienen que ver con mis debilidades… No con mi inteligencia (que es
poca), ni tampoco con la razón (que es más poca), ni con el acertado uso del
dinero (que esta de lo peor), sino única y exclusivamente con mis debilidades.
No
me gustan los carros, las motos, yates y ninguna de esas trivialidades que son
del gusto común. Razón por la cual no gasto en marcas sino en transporte,
pudiéndome mover en un auto de lujo o en un utilitario. Lo que me interesa es
que me transporte. Lo demás me es insustancial.
Uno
de mis hijos me preguntó qué si no me gustaban los carros deportivos (pregunta
proyectiva ya que él desea que le regale uno). Le respondí que si… Que si me
gustaban y mucho, pero que me dolía en el alma, y más en la cartera, gastar
tanto dinero en algo que voy a traer rodando.
Le
comenté que en una de esas razones que le construimos a la razón para
justificar nuestros actos, me propuse ahorrar hasta reunir diez el valor del
deportivo que quería, en la inteligencia de que si llegaba a tener diez veces
el valor del auto, no me iba a doler gastar esa cantidad en esa trivialidad… Y que
tres veces ahorre diez veces el valor del carro y las tres veces termine
comprándome un utilitario cuatro puertas, anónimo, cómodo y funcional.
Hay
tres razones por las cuales una persona colecciona o retiene cosas que no
tienen valor más que para él mismo: 1) La utopía de su valor; 2) La falsa
imagen del estatus o valor social; 3) El valor sentimental que la persona le da
al objeto y la forma en que este compensa al sujeto.
La más importante de ellas es la tercera, la psicológica. Las otras dos: la utopía del valor y la del estatus, son una estulticia. Un engaño de la conciencia. Son razones que le damos a nuestra razón para justificarnos a nosotros mismos del porque hacer ese gasto, y lo hacemos porque estamos bien ciertos de que es un capricho, no una inversión, no obstante son razones que ya una vez que las compramos como válidas, se las vendemos a los nuestros para justificarnos y subirlos a nuestra fantasía.
La más importante de ellas es la tercera, la psicológica. Las otras dos: la utopía del valor y la del estatus, son una estulticia. Un engaño de la conciencia. Son razones que le damos a nuestra razón para justificarnos a nosotros mismos del porque hacer ese gasto, y lo hacemos porque estamos bien ciertos de que es un capricho, no una inversión, no obstante son razones que ya una vez que las compramos como válidas, se las vendemos a los nuestros para justificarnos y subirlos a nuestra fantasía.
Yo
viví en Monterrey, un estado del norte de México en el que se desato una ola de
violencia que hizo que muchos que estaban en posibilidad de hacerlo, se mudaran
a nuevas latitudes. Yo termine mudándome pero lo hice por negocios, por lo que
me toco toda esa ola de violencia de la que no fui ajeno.
Después de mi incidente me vi en la necesidad de cambiar mi estilo de vida para migrar a otro de completo anonimato. Así fue como llegue a un sector de la ciudad en el que el estrato socioeconómico en el que difícilmente me volvería a pasar algo así.
Después de mi incidente me vi en la necesidad de cambiar mi estilo de vida para migrar a otro de completo anonimato. Así fue como llegue a un sector de la ciudad en el que el estrato socioeconómico en el que difícilmente me volvería a pasar algo así.
Puse
mi estudio en ese lugar y lo sature de obras de arte y de libros. Es una
galería museo a la que llego a refugiarme cuando estoy en Monterrey, y si bien
es cierto que tengo casa en Monterrey, también lo es el que solo la uso para pernoctar,
ya que cuando estoy ahí me paso todo el tiempo en mi estudio rodeado de mis
cuadros, libros y esculturas.
Tengo,
justo al lado de mi estudio, un vecino que también es coleccionista. Él es director
de un área del banco en el que trabaja. Tiene, en su calidad de director, acceso
a créditos blandos que le hacen la vida más agradable. Los intereses que le cobran
son tan bajos que le es muy fácil hacerse de un patrimonio para el futuro,
gracias a eso es que pudo adquirir la casa contigua a mí, así como esas otras
cosas que conforman su colección.
La
casa de mi vecino es del mismo tamaño que mi estudio. En la casa de él habitan
cuatro personas y dos mascotas, en mi estudio estoy yo y ocasionalmente alguno
de mis hijos.
Hasta
aquí todo bien, no obstante lo que me llama la atención son las colecciones de
mi vecino. Por supuesto que el buen juez por su casa empieza, cosa que no estoy
haciendo ya que no estoy ajeno a lo que voy a enunciar. En lo personal las colecciones
de mi vecino me causan un azoro similar al que seguramente le causan las
mías.
Mi
vecino posee una colección de automóviles y motocicletas de muy buen nivel. Su
colección de carros excede las veinte unidades y sus motocicletas, aunque
pocas, son vistosas y costosas. Tiene carros que por sí solos exceden el valor
de su morada y probablemente una o dos de sus motos estén por arriba de lo que
vale su casa.
Me
queda claro que su estilo de vida hace que descarte dos de las posibles causas
para justificar su colección, ya que no invierte en ello pensando en que el
valor de las mismas se incremente, como tampoco por estatus o prestigio social,
ya que siempre se mueve en un carro convencional y anónimo que le permite pasar
desapercibido.
Así,
él como yo y muchos otros, colecciona cosas por el valor sentimental que le
atañe a estas y por lo que estas le compensan a él. Cierto es que en la
psicología del autoengaño uno se dice a sí mismo que la preservación del objeto
es de vital importancia, ya que se corre el riesgo de que si uno no lo compra y
conserva para sí, se corre el riesgo de que este pase a manos de alguien que no
lo sepa valorar y termine deshaciéndose de él o tirándolo a la basura.
Primero
es menester reconocer que toda colección es ilógica. Es una inversión que
atenta contra el principio de valor. Cierto es que una obra de arte puede
llegar a valer mucho más de lo se pagó por ella, pero es algo que difícilmente
vera el comprador… Tal vez sus nietos, pero no él. Algo similar pasa con los
carros, motocicletas, libros y demás objetos de una colección.
Un
cliente que falleció hace poco más de un año, dejo una colección de relojes de
oro sin parangón. En ella había desde las marcas convencionales (Rolex, Longines,
Baume Mercier y otras), así como las no convencionales (Louis Moinet, Chopard,
Piaget, Patek Pilliphe y muchas más). Lo paradójico del asuntos es él siempre
uso un Timex o algo de bajo valor que le permitiera pasar desapercibido. Compraba
los relojes porque le gustaban y se solazaba en ellos. Jamás pensó en ellos
como costo o inversión, simplemente le gustaban y los compraba.
Al
morir lego la colección a sus nietos. Ninguno de ellos pensó en venderlos, amén
de que estaban ciertos de que nadie pagaría su valor. Estos los conservaron
para sí y los usan como reloj de diario. Para ellos no son más que un simple
reloj, el cual, obviamente, no tiene ni de cerca el valor sentimental que les
otorgaba su abuelo.
Ejemplos
de estos hay muchos, no obstante todos me llevan a la misma pregunta: ¿Qué hace
que una persona coleccione determinado objeto, aun a sabiendas de que este no
tiene valor más que para él mismo?
Psiquiátricamente
se ha demostrado que las personas no se deshacen de los objetos que conforman
su colección, debido a que le han transferido a estos algo de sí mismos. Deshacerse
de los objetos de su colección equivale a deshacerse de una parte de sí, lo
cual, obviamente, genera dolor. La historia está llena de escritores que al
perder su biblioteca se han dejado morir debido a que ya no encuentran aquello
en lo se solazaban y hallaban.
La
colección, sin importar el o los objetos coleccionables, obedece a una
necesidad psicológica del coleccionista. Todos coleccionamos algo. Algunos coleccionan
amores, otros coleccionan dioses, amigos, enfermedades, dramas, basura,
piedras, sellos postales y todos los etcéteras que usted se pueda imaginar.
No
obstante la realidad es que el objeto, ya sea material o insustancial -como la
religión y todo lo que emana de ella, completa y complementa al sujeto más allá
de lo que él pudiera llegar a imaginarse o a pensar.
El
coleccionista, por el solo hecho de encontrarse en aquello que colecciona, le
dedica más tiempo a su colección que el que le dedica a los suyos. Por supuesto
que no está consciente de ello, pero lo hace. Una amiga me decía que para ella
primero esta dios y luego todo lo demás. Le pregunté que sí lo mismo aplicaba a
su hijos y pareja y me respondió que sí.
Al
paso del tiempo tuve oportunidad de conocer a sus hijos y pareja, y pude
constatar que así era. Ellos se sabían y sentían en un segundo o tercer plano
en la vida de ella. No sentían, ni en hechos ni en expresiones, que ocuparan un
lugar igual o mayor al que ocupaba dios en la mente de ella, ya que para su
mamá lo más importante en hechos, expresión y emoción, era dios.
Por
supuesto que cuando se lo hice ver no me creyó. Lo negó rotundamente, amén de
que atribuyo mi comentario a la enorme cantidad de azufre que según ella corre
por mis venas, lo cual metafóricamente entiendo, no obstante eso no resta el
hecho de que sus hijos están en un nivel inferior al que ocupa el concepto de dios
en ella.
Lo
más interesante del caso es que ella no entiende el como si siempre ha
predicado con el ejemplo, sus hijos y pareja le tengan aversión al concepto de
dios. Le hice ver que cuando no gobiernas tu colección, es ella la que te
gobierna a ti, por lo que es muy difícil entender que el que está mal es uno
mismo y no los otros.
¿Por qué entonces se pierde el coleccionista
en su colección al grado de no poder ver la realidad? Esto es debido a que los
objetos o ideas que conforman su colección, lo relajan y lo salvan de sí mismo
y del mundo, amén de que son la vía a través de la cual rompen con el tedio y
monotonía de la vida.
La
colección se convierte en un refugio de paz. En lo personal conozco a varios
amigos que poseen o van a un lugar ajeno a su familia en el que están sus objetos
preciados. Por lo general el lugar en si no se distingue por sus
características arquitectónicas o de confort, sino por su contenido. Lo curioso es que más
de uno (incluido el que esto escribe) le dicen a ese lugar: “El Refugio”.
La
colección es, cuando uno la maneja a ella, un espacio en el que el sujeto se
encuentra consigo mismo. Cada una de las cosas que la conforman le habla de sí,
de sus miedos, carencias, ambiciones, sueños y fantasías. Le habla de esas
cosas que difícilmente le dirá a los demás, incluidos los suyos. Su colección
se torna un refugio. Un lugar para guarecerse del mundo y para encontrase a sí
mismo en la cordura o en la locura, pero a sí mismo.
Unos
se refugian en sus libros, los huelen, acarician y leen como si en ellos
estuviese la verdad revelada. Otros se pasan los días de asueto lavando sus
carros, acariciándolos, haciéndoles el amor, deteniéndose en cada detalle como
si en ello les fuera la vida.
No
obstante lo importante es que más allá de si es un libro, un carro o algo tan
etéreo como dios, el coleccionista, al terminar su rutina de adoración, se
sentirá como nuevo…
Listo
y pronto para volver a ese mundo corrupto y malévolo donde nada es lo que
parece, donde hay que competir contra todo y contra todos, a sabiendas de que
al final podrá regresar a ese sacrosanto lugar que es su colección, para
salvarse de sí mismo y del mundo.
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