No hay nada más intimo que el no saber.
Lo que se conoce se observa y procesa desde el saber, es decir, desde fuera de
uno.
Por el contrario, el no saber nos obliga a llevar adentro eso que no sabemos y que apenas estamos conociendo. Esto lo hace íntimo, lo hace propio. Ya una vez que internalizamos eso que es nuevo a nuestros ojos y ser, lo operamos y vivimos en automático. Justo en ese momento es cuando se empieza a convertir en algo ajeno a nosotros. Es un algo que ya no está en nosotros. Ya no lo tenemos que pensar. Es un algo que ejecutamos sin pensar.
Un ejemplo de ello son las cosas, es decir, los objetos (y los sujetos). Medimos nuestra felicidad por la cantidad de cosas que tenemos y no por la relación que tenemos con esas cosas. La felicidad que sientes al comprar una cosa (o conocer a alguien) es porque esta es ajena a ti. La adquieres; la internalizas y ya una vez que la haces tuya…, la empiezas a perder. Tu relación con ella (o con el sujeto) se vuelve extrínseca. Ajena a ti. Deja de ser intima. Ya no te relacionas con ella. Es una cosa que usas y que al paso el tiempo puedes cambiar por otra, debido, principalmente, a que perdiste la relación con la cosa (o con el sujeto). Solo al sacarlos de nosotros es que podemos cambiarlos por otros. Ya no nos son.
El
Mundo (la realidad).
El mundo
es todo aquello que acaece. Es la totalidad de los hechos, no de las cosas. Lo
interesante de esto es que todos los hechos están interconectados, aun cuando
no estemos conscientes de ello. Tan es así que ante el mal que nos abruma, nos
pesa más todo lo que pudimos hacer para evitar el mal, que el mal en sí.
Cierto es
que dada la complejidad del mundo nos es menester reducirlo a conceptos, sin
embargo, el problema no esta en los conceptos, sino el lenguaje que usamos para
describirlos. Somos prisioneros del lenguaje que hemos construido para
nosotros. Este nos limita o expande. Lo paradójico de esto es que poco o nada
hacemos para expandir y mejorar nuestro lenguaje.
Las palabras tienen un valor y un significado.
A los
seres humanos no nos gusta la realidad, amén de que nada nos agrada más que
escapar de ella. Esto nos lleva a instalarnos no en lo que las palabras son en
cuanto significado y valor, sino en el disfraz con el que las vestimos. Es muy
común, por ejemplo, que la gente diga: “algún día” voy a hacer; “algún día” voy
a comprar o “algún día” voy a viajar. No obstante, la realidad es que “algún día”
es el disfraz elegante de “nunca lo haré”. Usamos el disfraz de “algún día”
para no tener que reconocer la realidad de “nunca lo haré”. Por favor no se
incordie. Revise sus “algún día” y descubrirá que muchos de ellos están en el
departamento de pendientes, es decir, de algo que no ha hecho y que todo indica
que no va a hacer.
Otro ejemplo es la palabra “promesa”. Una promesa es una mentira sujeta a confirmación. Nadie promete lo que va a hacer. Usamos la palabra “promesa” para aparentar que nos estamos comprometiendo con algo que no estamos cierto de poder hacer. La persona que le promete a su pareja que le va a ser fiel, le esta anunciando que tiene un problema con la fidelidad. El que no tiene problemas para ser fiel, no se ve en la necesidad de prometer lo que ya es.
Así, pues, los conceptos que hemos construido para explicar y explicarnos el mundo son tan amplios o limitados como nuestro lenguaje es. Los conceptos que una persona enuncia no son descripciones de la realidad, son aproximaciones de lo que la persona es.
El mundo, pues, no es equivalente a las descripciones que hacemos de él. Creer que lo son es instalarse en un saber ajeno a nosotros que por definición nos limita y constriñe. La realidad esta llena de matices que solo alcanzamos a percibir cuando vemos el mundo con los ojos del no saber, es decir, del “descubrir” lo que siempre ha estado allí y que poco o nada queremos ver… No hasta que alguien nos lo hace obvio. Y justo en ese momento es que nos dolemos o sorprendemos.
Nuestros pensamientos y opiniones están asentados en una actitud de saber; no en una de descubrir nuevas formas de ver, ser y hacer, es decir, del no saber.
Ante una cuita
o canguelo, nuestra posición no es dudar, es creer. Lo que nos impele a escoger
la opción que consideramos correcta en base a nuestra experiencia. No
analizamos ni cuestionamos nuestros prejuicios, lo que hacemos es buscar
evidencias que, por sesgo de confirmación, los sustenten. Lo que nos lleva a
ignorar o demeritar todo aquello que los cuestione. Lo que hace que nos instalemos en un saber que
llevamos al extremo y que nos concita a descartar todo lo que no sabemos, que
es, por lo general, donde están las mejores soluciones.
Nada nos es más íntimo y propio que el no saber.
El no saber, enamora; el saber, expele.
Te agradezco mucho que estés escribiendo de nuevo en tu blog. Tus textos tienen calidad y sustancia. Quiero preguntarte ¿Cómo percibes que ha cambiado la familia en Monterrey de los años 70 a la presente década?
ResponderBorrarMe encantas
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