miércoles, 7 de diciembre de 2016

La humanización de los dioses.

Los seres humanos, en esa soberbia fatua que nos distingue, creemos que podemos entender casi todo lo que nos rodea, lo cual es cierto a medias, es decir, de manera parcial. Pero en todos esos casos nos será menester basarnos en una estricta observación científica de las cosas para poder entender a la cosa en sí. No obstante hay muchas otras que por más que las observemos, nos será imposible acercarnos a su realidad.

En estos casos a lo más que podemos llegar, es a construir una burda interpretación humana de eso que creemos es su realidad.

Los seres humanos nos movemos en tres dimensiones del conocimiento:
·         La dimensión objetiva
Lo que es. Lo que existe. Lo que se puede observar, analizar y estudiar con una base científico-matemática.

·         La dimensión subjetiva.
Todo aquello que, como su nombre lo indica, obedece al sujeto que observa más que al observado.
El aparente saber del observador está subordinado al cristal con el que observa las cosas (criterios de valor). Cristal que ineluctablemente influye en su percepción y con ello en la interpretación que hace de lo observado.

·         La dimensión mental.
Todo aquello que no es. Que no existe. Que no tiene una realidad objetiva. Todo aquello que solo existe en la mente del individuo.
A todo lo que habita en la mente de las personas pero no en el mundo exterior, se le denomina “ente de razón”.
Santa Claus, las hadas, los ángeles, los dioses y todas esas cosas que solo existen en la mente de los seres humanos, son entes de razón. Muere la persona y con ella sus entes de razón.

La dimensión objetiva no necesita explicación alguna. Todos estamos ciertos de que en ella no hay cabida ni para la subjetividad ni para la idealización mental.

La dimensión objetiva estudia la realidad y lo hace bajo un método científico-matemático que no deja lugar a dudas o interpretación. En esta dimensión los problemas son de capacidad, no de emoción.

El problema del conocimiento está en las otras dos dimensiones: subjetiva y mental.

En la dimensión subjetiva los óbices a vencer son las emociones y percepciones del observador. Son los cristales que empañan la mirada y la razón del observador, haciéndole ver al otro (nuestro semejante) y a lo otro (el mundo), no como en realidad son, sino como lo perciben sus criterios de valor. Criterios que se ven doblemente empañados si lo observado es un miembro de otra especie o de otro reino.

Como todos sabemos los reinos se clasifican en: Reino Mineral; Vegetal; Animal; Hominal y demás reinos…

El Reino Mineral es In animae (sin movimiento).
Este reino no tiene problema alguno en lo referente a su análisis, estudio y comprensión.
No obstante nos es menester reconocer que a pesar de la objetividad material de este reino, somos nosotros, los miembros del Reino Hominal, los que le atribuimos poderes que no tiene, dando a algunos minerales -el cuarzo, por ejemplo, poderes que no están en su composición y estructura.

El Reino Vegetal es Latente (latens - oculto, camuflado, sin aparente acción).
Los miembros de este reino tienen crecimiento, pero no movimiento.  
Este reino tampoco presenta problema alguno para su análisis, estudio y comprensión.
Sin embargo este reino, como el que le precede, también está sujeto a las subjetividades del Reino Hominal. Los seres humanos les hemos otorgado a las plantas atributos que no poseen, que no están en su estructura y que por ende no pueden tener.

El Reino Animal es Animae (animal alis –con movimiento).
En este reino se empiezan a complicar las cosas.
Los animales, lo sabemos bien, poseen la inteligencia que requieren para ser lo que son. A esa inteligencia le llamamos instinto. No obstante la inteligencia de ellos es distinta a la nuestra. Así como ellos no pueden comprendernos a nosotros (capturar para sí), nosotros tampoco podemos comprenderles a ellos.

Cierto es que podemos elaborar, como resultado de una estricta y continuada observación, una interpretación humana de su animalidad, pero no más que eso: una interpretación. Interpretación que nos hace suponer los porqués de su accionar, pero suponer no es saber.

El Reino Hominal posee Inteligencia y Voluntad (hominehumus –perteneciente a la tierra).
Los miembros de este reino, por lo menos es lo que nos dicho, poseemos inteligencia para pensar lo que pensamos y voluntad para poner la inteligencia en acción.

No obstante en este reino es donde se complica todo o casi todo, ya que este reino posee una dimensión subjetiva y otra mental. Estas obedecen al individuo en sí (sus criterios de valor), y si bien es cierto que comparten percepciones y e idealizaciones con los otros miembros de su geografía cultural, también lo es el que estas se particularizan con connotaciones individuales en función de la biografía de cada quien.

Así, en el Reino Hominal, el más avanzado de los reinos hasta este momento mencionados, es donde el error tiene un hábitat natural -algo que poco o nada sucede en los otros reinos.

 Los sujetos que conformamos el Reino Hominal, preferimos la subjetividad a la objetividad y la idealización a la realidad.

En este reino, el más avanzado de todos, es donde se dan los dogmatismos de lo irreal. Un ejemplo de ello es el tema de la divinidad. 
Los seres humanos no solo no sabemos nada de los dioses, sino que además nos es imposible saber algo de ellos. Los dioses son entes de razón. No tienen existencia real. Tan no existen los dioses que si hoy desapareciera la raza humana, desaparecerían con ella todos los miembros de la corte celestial. Estos no podrían existir sin la mente que los crea, es decir, sin los seres humanos.

Todo lo que decimos saber de los dioses, ya sea porque lo hemos leído en los libros sagrados o porque así nos los enseñaron en las iglesias, en el hogar o en las escuelas, es una interpretación humana de eso que hemos llamado divinidad.

Lo cierto es que si esta fuera real, nos sería imposible acceder a ella. Tanto porque su esencia sería diferente a la nuestra, como por el hecho de que no podríamos poseer la capacidad para saberle y entenderla, ya que esta -la divinidad, pertenecería a otro reino diferente al nuestro: el celestial.

Las dignidades eclesiásticas de todos los credos se imaginan doctas en la materia de lo divino, cuando la realidad es que no saben nada (imaginar no es saber).

Todo lo que imaginan saber es una humanización de la divinidad. Esta es la razón por la cual todas las religiones del mundo se parecen entre sí, no en apariencia, sí en sustancia.

La historia de la humanidad nos ha demostrado que el ser humano, sin importar época, idioma o color, se ha visto en la necesidad de crear un paliativo a la realidad al que hemos llamado religión. Y esta ni siquiera llega a ser una interpretación, es una humanización.  

Las interpretaciones las podemos hacer sobre lo que si existe.
Lineas arriba decíamos que no sabemos nada de los animales, lo que sabemos de ellos es una burda interpretación humana de su animalidad. Y la razón por la cual no podemos saber a ciencia cierta, es por el hecho de que son miembros de otra especie y de otro reino.

Los dioses no tienen existencia real. Son entes de razón. No podemos hacer una interpretación humana de la divinidad, ya que esta no existe. Lo que podemos hacer es una humanización de la misma, es decir, una creación literaria e iconográfica de algo que solo esta en nuestra mente.

No obstante podemos afirmar con mucho orgullo, que es algo que nos ha salido muy bien.

Nos leemos en el siguiente artículo.   

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Comentarios y sugerencias