La función
de Caronte en la mitología griega era la de transportar las almas de los
difuntos a través del río Estigia para que estas fueran juzgadas y así encontrar
su lugar en el reino de Hades.
Al morir te ponían una moneda en cado ojo o una de equivalente valor en la boca
y con ella pagabas a Caronte para que te transportara a través del Estigia. Las
monedas simbolizaban el trabajo de una vida y el costo de morir. Si no tenías
con que pagar, te quedabas en un limbo pantanoso de odio y dolor, simbolizando
con ello que ni en la muerte ibas a encontrar descanso.
Por cuestiones de oficio me he topado con muchos hombres que al ser defenestrados de su empleo por reestructuras organizacionales y/o generacionales (jubilación), sufren en el devenir de un par de años, un notorio deterioro mental y físico. Situación que no se ve en las mujeres. Estas, cuando los hijos se independizan o cuando ellas se retiran del quehacer laboral, entran a lo que muchas de ellas podrían describir como un proceso de liberación. No solo son más sabias, sino que ya no tienen, en teoría, responsabilidades que las acoten.
Los hombres, educados desde la infancia a darse valor por lo que hacen y aportan, no saben cómo reinventarse cuando pierden ese hacer rutinario que los salvaba de sí mismos. Al grado que al retirarse del quehacer laboral experimentan una pérdida de identidad, en cuanto a utilidad y valor funcional, con el que no saben lidiar. Algunos se asoman el abismo (vicios) para descubrir que el abismo es el que los mira ellos.
El hombre es, en sí mismo, un hacedor pasivo. Hace lo que tiene que hacer y ya una vez que termina su hacer, se deja llevar por una inamovilidad que lo conforta y salva. Esta pasividad es la que le permite apoltronarse frente a un televisor para ver una ristra de capítulos de su serie favorita o frente a una pantalla en la que se sumerge por horas en el desplazamiento de contenido de las redes sociales (otro tipo de abismo).
El problema es que cuando en el retiro se deja llevar por esa inacción mental y física que le embarga el ser, empieza a perder, sin estar consciente de ello, ese querer saber y querer hacer que le distinguía años atrás. Y es justo en ese tránsito del dinamismo a la holganza en el que el deterioro va tomando lugar.
Cuando la inteligencia huelga, la voluntad reposa.
Es
importante anotar que el deterioro biológico es inevitable y que al paso de los
años vamos a perder interés en muchas cosas que antaño nos preocupaban. Ya sea
porque la vida nos va preparando para que sea más fácil despedirnos de ella, o porque
al paso del tiempo nos damos cuenta de que muchas de las cosas que antiguamente
nos habitaban son o han dejado de ser relevantes. No obstante, cuando nos dejamos
envolver por la holganza, la inteligencia deja de retarse y la voluntad de
accionarse. El deterioro, pues…, se hace inevitable.
Recién me tope con un hombre que creció en un entorno privilegiado en cuanto a exposición, cultura y economía. Su devenir académico lo realizo en las mejores escuelas de Estados Unidos, desde High School hasta su Master´s Degree. Dirigió las empresas de su familia en dicho país y después tomo las riendas de las empresas en México. A los pocos años de asumir la dirección del grupo, recibieron una oferta de compra que los llevo a vender sus empresas con muy buen redito para la familia.
Con dinero, pero sin la estructura de los activos operativos que validaba su
saber hacer, incurrió en una serie de decisiones que lo llevaron de un revés a
otro, al grado que en un intervalo de pocos años perdió todo su capital,
sumergiéndose en una espiral a la baja en la que lleva poco más de dos lustros y
de la que no ha podido salir. Hoy, abandonado por casi todos no es, ni mental
ni físicamente, la sombra de lo que fue.
El problema en sí no es la espiral a la baja, ni la pérdida de identidad, valor y utilidad que se experimenta en ella. El problema es que cuando esta en ella es muy difícil pensar con claridad para tomar las decisiones y renuncias (la voluntad reposa) que se requieren para salir de esta. La espiral a la baja es un pantano del que, si no te escapas a tiempo, te será muy difícil salir. Tan es así que muchos de los que han prolongado su estadio en lo más bajo de ella, ven la llegada de Caronte como un alivio. La persona que menciono líneas arriba me comentó que ya lo único que estaba esperando es que Caronte llegará por él.
Sirva, para ilustrar lo contrario, el caso de un cofrade de la abstracción. Este era y es tan bueno en el saber y hacer de su oficio, que frecuentemente le buscaban de distintas latitudes del globo (América; Asia; Europa del este y Oriente Medio), para el ejercicio de su profesión, lo cual no obsta para que no experimentará una espiral a la baja. La diferencia con el caso anterior es que este, en cuanto entro en ella, se aboco de inmediato a cerrar el capítulo, dejar todo atrás y empezar de cero. Lo que lo llevo a reposicionarse, intelectual y físicamente, en un mucho mejor nivel.
Ya superada la espiral a la baja, analizó lo que le paso a su mente y a su cuerpo en ese estadio de perdida de sentido y valor. Introyectado esto, y consciente de que un día se iba a tener que retirar, elaboró un plan de acción para darle valor a su ser y hacer cuando ya no tuviera nada que hacer.
Hoy, que ya está retirado, dedica gran parte de su tiempo a viajar para explorar culturas en donde el ser y hacer de sus habitantes enriquezca el propio y a cultivar relaciones en donde el querer saber sea la norma.
La otra cara del triángulo la conforman esos hombres a los que su saber hacer les permitió ganar un espacio funcional en el ser de los demás, al grado que no se permiten el retiro por temor a perder esa funcionalidad. También he visto a otros que al retirarse se asomaron al abismo para buscar en el vació de la ludopatía, el reto y la adrenalina que antaño les proporciono el mundo laboral, para descubrir, al final del camino, que lo único que lograron es una interminable caída del vació en el vació.
Todos, sin importar la edad que tengan, han experimentado o experimentaran una espiral a la baja, lo importante, no obstante, es no dejar de trabajar la voluntad del querer saber para que, cuando llegue Caronte, nos encuentre satisfechos y vivos.
Me despido con una anécdota de Sócrates. Cuando a este lo condenan a beber la
cicuta, dedica los días previos al acto, a aprender una melodía a flauta. Su carcelero
le preguntó que para que se afanaba tanto si en un par de días iba a morir, a
lo que este contesto: para que cuando me muera…, me muera sabiéndola.
Nos leemos en el siguiente artículo.