miércoles, 16 de enero de 2019

El dispendio de lo inútil.


El mes de diciembre es atípico respecto a los demás meses del año y lo es en muchos ámbitos. Lo es en lo empresarial, bancario y comercial, amén, claro está, de la parte espiritual y familiar. No obstante lo que hoy me impele a pulsar las teclas no es lo espiritual ni la tradición occidental de la navidad, lo que me impele a pulsar las teclas es el enorme dispendio de lo inútil que se manifiesta en estas fechas.

Diciembre es un mes en el que las empresas y bancos hacen el correspondiente cierre contable, financiero y fiscal, previo a la onerosa responsabilidad del pago de impuestos. Razón por la cual en mi trabajo me es menester viajar a diferentes latitudes para entrevistarme con inversionistas de muy alto espectro, con los CEO de los Bancos con los que trabajamos, así como con algunos de los Gobernadores de los Bancos Centrales de dichos lugares.

Esto me ha permitido ser testigo de lo que la idea de la navidad hace en la mente de la Masa, ya que esta se comporta igual en cualquier parte del mundo. La Masa está conformada por esa ingente multitud de seres en los que el sentimiento prima sobre el pensamiento, tanto que han hecho del sentimiento un pensamiento. La Masa no piensa. La Masa siente y cuando siente, siente que piensa.

A la Masa es muy fácil motivarla a la acción. Lo único que se requiere es venderles una idea, concepto o producto que les haga sentir que son parte de algo. El motor de la compra en la Masa es la persuasión emotiva (chantaje emocional). Si usted quiere venderle algo a la Masa es menester que la venta posea una alta dosis de chantaje emocional…. Si usted adquiere esto se va a sentir…; si usted lleva a esto a su casa su familia será feliz…; si se toma esto será tan bella como…; y muchas cosas más.  

La Masa, en el cien por cien de los casos, no compra función, compra identidad. Por lo general dispendian el poco mucho dinero que tienen en cosas totalmente innecesarias.

La verdad es negociable, la razón, no.
Una característica de la Masa es que esta siempre está negociando la verdad, y la razón por la que optan negociar con la verdad es que no se puede negociar con la razón

Permítaseme un ejemplo del ámbito de las finanzas. El intercambio de divisas en el mundo es más de cinco trillones de dólares al día. Todos los días se compran y se venden una ingente cantidad de divisas, por lo que el precio de estas siempre esta fluctuando en función de la cantidad y el lugar donde se compren y vendan.

A mi llegada a México me busco un conocido para decirme que tenía entre manos el negocio de su vida. Que le ofrecían en oportunidad cajas enteras de dólares de Zimbabue, las que en total sumaban más de cien trillones de dólares, y que necesitaba mi ayuda para instrumentar la compra. Le comenté que esos billetes no tenían valor, que no perdiera el tiempo con eso y que se abocara a perseguir realidades, no fantasías.

Mi respuesta lo incordio a más no poder por lo que su respuesta no se hizo esperar. Ya una vez que termino de decirme lo que me tenía que decir, me disculpe con él por lo impropio de mis formas, haciéndole ver que mi negativa no obedecía a la operación en sí, sino a la paridad de la moneda, ya que se requerían doscientos sesenta y dos mil dólares de Zimbabue para poder comprar un dólar americano.

Me comentó que si la gente está comprando los dólares de Zimbabue era porque estos tienen valor en el mercado y que no iba a dejar pasar esa oportunidad. Le dese suerte y no volví a saber de él hasta que regreso a mí para decirme que había hecho la operación y que no sabía qué hacer con ellos, ya que ningún banco o casa de cambio le quería pagar el valor que él había pagado por ellos.

En estricto sentido esta persona prefirió negociar con la verdad (si la gente lo compra es porque tiene valor en el mercado) y cerrase a la razón (paridad cambiaría).  Usted podrá pensar que el yerro de este hombre fue mayúsculo, sin embargo la realidad es que negociamos con la verdad mucho más allá de lo que pensamos, si es que lo pensamos.

Observe a la gente próxima a usted. Cuántas veces ha sido testigo de que aun cuando la razón les dice que no procedan con tal o cual cosa, estas, haciendo a un lado a la razón, optaron por negociar con la verdad, en aras de que un día las cosas cambien o mejoren.

La verdad es negociable, la razón, no. La Masa vive negociando con la verdad. La razón les dice que están mal, pero la esperanza es tal, que llegan a imaginar que al adquirir ese algo que no necesitan…, o al vinculare emocionalmente con ese otro que a todos luces no es, se llegaran a convertir en eso que la publicidad les dice o en aquello que la ilusión les dicta, lo que ineluctablemente los llevará a ignorar a la razón.

Así, pues, a la Masa no la mueve lo veraz, lo que la impele a la acción es lo verosímil (aquello que parece verdad pero no lo es). Este amor por lo verosímil les lleva a comprar todo aquello que siente que le brinda una identidad de momento. Una marca, símbolo o imagen que les hace sentir, de manera fugaz y estéril, que son parte de un algo, aun cuando ese algo sea una entelequia, y como tal, irreal.

Entre mayor sea el vacío interior de una persona, mayor será su nivel de consumo.
Por favor no se ofenda, todos somos consumidores. Aquí nos referimos específicamente a esas personas que sienten una ingente necesidad de acudir semana a semana a las tiendas o centros comerciales para adquirir algo, lo que sea, pero algo. Son personas que siempre viven en la orilla del presupuesto o excediendo en poco o en mucho su relación gasto / ingreso.

Por el contrario, una persona que trabaja consigo mismo para llenar su vacío interior, acudirá a las tiendas por excepción, comprando única y exclusivamente lo que en función necesita, cuidando en todo momento la relación precio valor. Para estas personas la marca es lo de menos. Ellos son marca (identidad), no necesitan adquirir una para sentir que son, que existen.

El consumo, contra lo que se cree, no tiene que ver con el poder adquisitivo. Tiene que ver con el vacío interior. A mayor vacío, mayor consumo.

El tema no es cuánto gasta una persona, sino la relación gasto / ingreso que esta tiene. Una persona puede ganar mucho o poco dinero y gastar una buena parte de él en cosas totalmente innecesarias. El motor de este gasto siempre será el de subsanar el vacío interior que le consume. Este gasto es lo que llamamos: el dispendio de lo inútil.

Al regreso de mi viaje me reuní con mis hijos y socios para comentar los avatares del mismo, al tiempo que me enteraba de los propios de este lado. En ese momento me comentaron de una persona que necesitaba entrevistarse conmigo. Me entreviste con la dama en cuestión, atendí su tema y después sostuvimos un poco de charla social. De esa en la que se habla mucho sin decir nada.

En el curso de la misma me preguntó por el devenir de mi viaje y sin entrar en detalles que no le concernían, le comente que regrese azorado ante el irracional y alógico nivel de gasto de la Masa. Ella, que dos o tres veces por semana acude a tiendas o centros comerciales a comprar algo, me respondió, haciendo de su biografía el centro del universo: que la gasta mucho, porque gana mucho.

Ella, huelga decirlo, gana mucho y gasta mucho. No obstante y aun cuando opte por no replicar su comentario, este me llevo a pensar en todos esos potentados que ganan cantidades impensables de dinero y que llevan una vida similar a la que llevamos usted y yo.

De todos es conocido el caso de Warren Buffet. Este vive en la casa que compro cuando se casó. Marck Zuckerberg, el CEO de Facebook conduce un carro común como un hombre común. Y así como ellos muchos otros que saben que el dinero no es para gastar, sino para invertir.

Hogares de consumo.
Vivimos inmersos en cultura de consumo. Los hogares que imperaron en los primeros dos cuartiles del siglo pasado, eran los hogares productivos. En ellos trabajaban todos. Las responsabilidades de los miembros de la familia eran determinadas por sus edades. En las casas había huertos familiares, ya sea en macetas o patios, pero se sembraba parte de lo que se consumía.

En el tercer cuartil del siglo pasado (1951 -1975), la cultura fue migrando hacia la instrucción pública. Lo importante ya no era producir, era estudiar para poder lograr una preparación que nos brindara mejores oportunidades laborales que las que habían tenido nuestros padres. Así, sin darnos cuenta, fuimos abandonando la idea de la producción en aras de la idea de la instrucción, como si ambas fueran incompatibles.

Para el cuarto cuartil del siglo XX (1976 – 2000), la cultura de consumo era la norma. Los hogares productivos eran la excepción. Estos se veían más como un indicador de pobreza que de producción… Los hogares en los que tenían que trabajar todos, eran vistos como hogares en donde las cosas no iban bien.

Hoy, en el primer cuartil del siglo XXI, lo único que ya no existe son los hogares productivos. Todo en el hogar se centra en el tener, no en el hacer. Padres e hijos se sienten orgullosos cuando estos últimos logran obtener su primera tarjeta de crédito, el cual es un crédito para el consumo, no para la inversión.

Los padres se sienten satisfechos cuando los hijos compran su primer televisor, teléfono celular, automóvil y demás menesteres, cuando lo que les debiera preocupar es que todo ello los condena a trabajar para pagar, no para crear un patrimonio que trabaje para ellos.  

El éxito lo medimos cada vez más por el consumo, no por la inversión. Y lo que es peor es que una buena parte de la Masa imagina que todo lo que compra es una inversión.

Estamos rodeados de cosas que no necesitamos pero que compramos porque nos han dicho que son necesarias para vestir una casa, lo cual es entendible (todos queremos una casa cómoda). Lo que no es entendible es que busquemos adquirir las mejores cosas que nuestro presupuesto pueda comprar, aun cuando sean cosas que jamás van a devengar su costo. Lo que tenemos que comprar es función, no marca.

Entre menos identidad tiene una persona, más gasta en marca. La función, para ellos, es irrelevante. Lo importante es la marca, ya que esta les da una marca (identidad) que no poseen como persona.

Pensar que se piensa no es pensar, es imaginar.
La Masa piensa poco y lo poco que piensa lo piensa mal. Recién escribí de un joven que se compró el celular de moda aun cuando el suyo tenía menos de un año; se compró un reloj para que este le avise que tiene un mensaje o llamada, y así como estas, un sin número de fatuidades más que lo único que hacen es esclavizarlo a un trabajo que no le gusta, pero que le es obligado conservar para poder pagar cosas que compro y no necesita.

En mi odisea bancaria de fin de año coincidí con una conocida la cual se había ido con su esposo e hijos a pasar las fiestas decembrinas a una de las islas del caribe. Comí con ellos un día y en la comida me comentaron todo lo que habían comprado, aprovechando que no tenían que pagar impuestos en ese lugar. La compra era cuantiosa, ya que compraron relojes, collares, anillos y pulseras que sumaban varios miles de dólares.

Ellos están en el negocio de los seguros y son muy exitosos. Su razonamiento fue que eso les ayudaría a vender una imagen de éxito, lo cual es de suma importancia al momento de cerrar una operación de seguros.

Esto, que a todas luces es falso, es un claro ejemplo de que pensar que se piensa no es pensar, es imaginar. Lo malo es que hasta la imaginación es mala. Ya que bien podrían imaginar nuevas formas de vender en lugar de dispendiar su dinero a lo tonto, en aras de algo que es verosímil pero no veraz.

En el mismo viaje me entreviste con algunos inversionistas de muy alto espectro. Inversionistas que en un mes mueven lo que ellos en un año, sin embargo estos, como buenos inversionistas, se dan el lujo de tener una casa cómoda, con unas vistas inmejorables, en donde el objetivo de ellos no es gastar por gastar, sino construir una plataforma de inversiones que trabaje para ellos y no al revés.

Lo único que uno gana al gastar por gastar, es hacer más hondo el vacío interior, ya que el dispendio de lo inútil nos mete en una espiral sin fin en la que nos es menester trabajar en demasía para poder pagar todo eso que adquirimos y que no necesitamos.

La única forma de salir de esta espiral es trabajar con uno mismo. Es menester aprender a brindarse espacios de soledad y silencio en los que ineluctablemente se escuchara a sí mismo. Lo más probable es que lo escuche no le guste, pero si usted deja de negociar con la verdad, descubrirá que la razón no miente. Esta le dirá las cosas con una lógica tan contundente, que no le será posible negociar con la verdad.

Nos leemos en el siguiente artículo.

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