Recién tuve oportunidad de desayunar con un CEO al que conozco desde hace más de dos décadas, lo que me ha permitido ser testigo de su trayectoria personal y de negocios. Le pregunte, entre otros temas, que qué es lo que seguía para él, ya que la empresa está creciendo y con ella las oportunidades de desarrollo y relocalización.
Me comentó que no había nada hablado con la empresa, pero que está consciente
de que existía la posibilidad, razón por la que le pregunte que cual de los dos
ejecutivos que le reportaban es al que veía como posible remplazo. Me
respondió, con la prudencia que le caracteriza, que ambos tenían la sapiencia y
experiencia para ocupar su puesto, a lo que respondí que no veía en ellos lo
mismo que él.
Son, le comenté, candidatos que han demostrado la capacidad de adaptarse y
responder a lo que les demandan las circunstancias y el entorno, y poseen, sin duda
alguna, el conocimiento y la experiencia que la posición requiere, pero que no
leía en ellos el querer ir por más. Ya que uno de ellos, desde mi parecer, ya había
llegado a su querer - querer y el otro a su querer - desear.
Nota: En la vida solo logras coronar aquello que has
querido querer…, y añorar aquello que has querido desear. Estas en el querer - querer cuando haces todo lo que es menester para lograrlo. Y en el querer - desear cuando esperas que, por personalidad, carisma, relación, compadrazgo o
fantasía, el mundo te reconozca y te dé eso que el espejo te dice que mereces (cultura
light: resultado sin esfuerzo).
Lo que mejor ilustra la diferencia entre el querer - querer y el querer - desear,
es el dinero. La gran mayoría de las personas dicen que les encantaría tener
dinero, cuando lo que realmente quisieran es poder gastar como si tuvieran
dinero (querer - desear). En las antípodas esta ese otro que nunca te habla de
dinero, pero que trabaja arduamente para ganarlo, ahorrando e invirtiendo hasta
el último peso que gana. A estas personas nunca les sobra un centavo, siempre
saben dónde invertirlo. Lo que menos está en su haber, es gastar.
Regresando al tema. Uno de ellos, le comenté, no solo gusta del reto. Lo
disfruta y entre más difícil el reto mejor. El otro, aunque buen Segundo, gusta
más de la subordinación que del reto. Este sueña con llegar a ser el CEO, pero
en un marco protegido. Es decir, con alguien atrás que le cuide las espaldas,
pero que le permita convertirse en ese que habita en su fantasía.
Jalar o empujar.
Jalas al otro cuando te has convertido en modelo de
sapiencia, conducta o acción de lo que con dedicación y esfuerzo se puede
lograr. En esos casos, lo único que tienes que hacer es señalar el camino, en
la inteligencia de que los que te han de seguir, lo harán por su propia
voluntad.
Empujas al otro cuando le pides hacer aquello que su capacidad te ha demostrado que puede hacer, pero que sus motivaciones no están en lo que le solicitas (en los retos del puesto, pero si en los beneficios de este). O cuando la persona posee el conocimiento, la capacidad o el carácter, pero no está del todo cierta de querer asumir un mayor nivel de desgaste.
El problema, le comenté, es que las decisiones basadas en el sentimiento son las más peligrosas. Son como una bomba nuclear: afectan al actor principal y a todos los demás. La pregunta es, tú, como líder: ¿Jalas o empujas?
Si tu decisión está en ellos dos, deberás tomar
conciencia de que a uno de ellos lo deberás empujar y tutelar más que al otro,
ya que para este es más importante el símbolo que la función. Al otro solo le
tendrás que dar un ligero empujón, pero en ambos casos deberás considerar dos
variables: los medios que tienen para resistir y su fuerza de voluntad, la
cual, aun cuando no estén conscientes de ello, está íntimamente ligada al
motivo que la impulsa (querer – querer o querer - desear).
Nota: la voluntad
nunca va más allá del objetivo que la sustenta.
En la vida todo lo que hagas o dejes de hacer, tiene
consecuencias.
Vences la resistencia cuando la fuerza del empuje (reto, coerción o compensación)
es mayor que la resistencia y la voluntad del otro. En el primero de lo casos,
la fuerza que vencerá su resistencia es el tamaño del reto (la adrenalina que
este le represente y le sepas vender). En el segundo, el castigo o pena que sufrirá
al no someterse a lo que se le pide u ordena. El tercero, la compensación, pero,
sobre todo, la cobertura o respaldo que le brindes para que no se sienta
desamparado ante los retos e incertidumbres que la posición ostenta.
El menos apto es el que más optimista se mostrara al respecto, ya que la
esencia del optimismo es lo abstracto, es decir, lo no palpable. El más apto necesitará
menor empuje de tu parte, pero te cuestionará más cosas, ya que la conciencia no
esta en el ideal, esta en lo real.
El problema del optimismo es que el voluntarismo tiene límites, ya que no es fácil que la mente de las personas que van a colaborar con el optimista se someta al gobierno de las fantasías (todo cambia cuando pasamos de lo ideal a lo real).
Lo que las personas han sido hasta hoy, nos indican lo
que serán mañana.
A la hora de la decisión, la razón es la que deberá determinar
los límites de tu esfuerzo en base a probabilidades, no a posibilidades
(posibles, muchas cosas, probables, muy pocas). El esfuerzo debe ser
directamente proporcional a lo que las circunstancias y el entorno representan
para el individuo. Si este representa un bajo nivel de demanda (algo que se le
dio y no que gano), bajo será también su esfuerzo y su resultado.
Una es la fuerza del querer - querer y otra la del querer - desear. La primera se sustenta en la realidad y en lo que se esta dispuesto a
pagar por ello; la otra en el ideal y lo que esta dispuesto a seducir por ello.
Los objetos como los sujetos tienen su tiempo y su momento, por lo que hay
ocasiones en los que la paciente espera es la mejor forma de hacerle frente al
tiempo. Este, si no te apremia la decisión, es el que te mostrara cuál es el
más apto… Y si lo que apremia es la decisión, deja que sea la realidad la que
te muestre cual de los dos responde mejor a ella.
Nos leemos en el siguiente artículo.