lunes, 1 de septiembre de 2025

La relación de pareja: una complicada relación.

En el Universo todo lo femenino es activo; lo masculino, pasivo.
El hombre es un ente de células rápidas y acciones lentas, mientras que la mujer es un ente de células lentas y acciones rápidas. El hombre busca el confort, la comodidad; la mujer, la vida, el movimiento.

La comunión de dos entes tan disímbolos se antoja complicada a más no poder. La naturaleza, no obstante, hace su parte, ya que a esta lo que le interesa es la perpetuación, para lo cual instrumenta todos los medios a través de los genes para que uno y otro se encuentren y reproduzcan. Lo que pase después de ello, le tiene sin cuidado.

La continuidad de la unión demanda de un intenso trabajo de las partes. En una de las partes hay querer y deseo; en la otra, amor y deseo. La mujer ama a los hijos. Al hombre, lo quiere. La diferencia, más allá de la poesía y de las canciones, es abisal. El querer demanda posesión, funcionalidad, utilidad. El amor es todo lo contrario. Es una entrega. Un dar que lo único que espera es atención.
 

El mejor ejemplo para ilustrar lo anterior son los hijos. A los hijos se les ama incondicionalmente y se les entrega un amor unidireccional que fluye de los padres a ellos y no al revés. Los hijos quieren a los padres, pero hasta ahí. Con esto lo que quiero anotar es que el amor de unos y otros es distinto. Y está bien, así ha sido, es y será. Esta en nuestro ADN y eso no hay como cambiarlo.

El instinto camina hacia adelante; la tradición, hacía atrás.
Los hijos, ya una vez que crecen, deben construir su futuro. Hacer su vida, reproducirse, proteger y educar a sus hijos. Sus padres quedan en el pasado y aun cuando el cariño y el agradecimiento sea mucho, estos deben ver hacia adelante, no hacia atrás.

En el inter de la reproducción y de la crianza, la pareja sortea sus abisales diferencias gracias a la ingente actividad que demanda la descendencia. El problema, no obstante, es cuando crecen y la pareja no construyo entre si un vínculo filial en el cual uno y otro converjan en un punto medio.

Él quiere comodidad, resguardo y poca movilidad, amén de que la movilidad que tiene es siempre la misma (rutinaria). Los cambios en él son nimios. Y es justo esa inmovilidad lo que a que él le brinda paz. No olvidemos que él es un ente de células rápidas y de acciones lentas, lo que hace que todo él tienda al confort, mental físico e intelectual.

Ella, por el contrario, demanda novedad, cambio, disrupción. Entre más nuevo sea todo lo que le rodea, mejor. Esta ingente necesidad de acción de las células lentas de acciones rápidas es lo que hace que ella se desespere de ese Hombre Maceta con el que hace la vida. Al tiempo que a él le exaspera ese afán de novedad de esa Mujer Huracán que lo ha aceptado como inquilino (el hombre es un inquilino en su casa).

La familiaridad sorprende o reafirma, pero desmitifica.
Para ella, él dejo de ser interesante en muy poco tiempo. Ya no hay en él nada que la asombre o sorprenda. Es siempre la misma cosa: un objeto entre objetos. Solo que este, además de estar vivo, demanda y opina, lo que hace que le incordie más que los demás. Ella, por el contrario, ávida de novedad y movimiento, busca afuera de él todo lo que este no quiere o no le puede dar.

Este afán de novedad es lo que hace que ella siempre este comprando algo y que prefiera estar con las amigas que con él. Él, que vive en las antípodas de ella, se puede morir con el mismo par de zapatos, amén de que, cuando estos se gasten, comprará otros iguales. Cosa que ella, jamás hará (primero muerta que sencilla).  

Para ella, él es la representación de la contradicción sentimental, lo que hace que oscile entre el tedio y la continuidad. De hecho, hasta en la intimidad es siempre lo mismo. Él no innova, no cambia sus formas, es siempre lo mismo.

Ella ve que incluso cuando él recibe a sus amigos en casa, estos hablan siempre de lo mismo, se ríen de los mismos chistes y hacen las mismas cosas. Cosa que no solo no entiende, sino que le desespera a más no poder.

Ella desearía que él la lleve a restaurantes nuevos, a probar nuevos platos, conocer nuevos lugares y personas para poder hablar de cosas diferentes. Él, que le preocupa tanto el mañana, ve toda esa frivolidad como un gasto innecesario, amén de que si algo a aprendido con ella es que cumplirle un capricho es darle entrada al siguiente.

La relación, mientras los hijos crecían, tenía muchos distractores que atenuaban la latente inconformidad de las partes. Sin embargo, cuando los hijos hacen su vida o salen de casa, la pareja se encuentra con ese otro que está muy lejos de ese o de esa con la que construyo una idea de vida en su cabeza.

Lo ideal, huelga decirlo, es que ambos encuentren un punto medio. Para lo cual es menester que ambos entiendan y comprendan que sus naturalezas son disímbolas y que la naturaleza de uno no puede mimetizarse con la del otro ni convertir la del otro, por lo que deberán encontrar un punto de unión en la que converjan ambas naturas sin detrimento de la propia.

Recién me comentó un hombre que lleva muchos años solo…, que la única razón por la que no tiene pareja..., es porque no ha encontrado una mujer con la que no sienta que pierde lo que tiene cuando está solo. Me queda claro que lo que enuncia se antoja, aunque no imposible, improbable. Ya que al cohabitar con otra persona va a tener que perder parte de lo que tiene cuando está solo.

No obstante, y más allá de lo que el emérita enuncia líneas arriba, la realidad es que la cohabitación demanda un dar y recibir de ambas partes. Ella deberá aprender a regar la maceta y moverla de lugar para que los diferentes rayos del sol la nutran. Al tiempo que el deberá lidiar con el huracán y conducirlo, si eso fuese posible (que lo es) por esos conductos en los que sacudirá el entorno si arrasar con todo.   

Lo cierto es que la relación, aunque complicada, es complementaria. Él le brinda a la Mujer Huracán la quietud de la que esta carece…, y ella le brinda al Hombre Maceta la movilidad que este no tiene. Pero ambos se deberán tratar como lo que son: complemento. Y no como transformadores de natura. Ni él va a convertir a ella en Maceta ni ella a él en Huracán.

Me despido con dos reflexiones:
A ellas les diría que el que aprende a observar no necesita preguntar: Él nunca les mintió. Siempre se mostró tal cual es… Y a ellos les diría la frase del gran Mario Bendetti: “Cómo voy a culpar al viento del desorden que causó, si fui yo quien abrió la ventana”.

Uno y otro deberán poner de su parte y encontrar un punto en donde los destrozos del viento no eliminen la tierra que la maceta necesita para vivir.

Nos leemos en el siguiente artículo.