En el Universo todo lo femenino es activo; lo masculino, pasivo.
El hombre es un ente de células rápidas y acciones lentas,
mientras que la mujer es un ente de células lentas y acciones rápidas. El
hombre busca el confort, la comodidad; la mujer, la vida, el movimiento.
La comunión de dos entes tan disímbolos se antoja complicada a más no poder. La
naturaleza, no obstante, hace su parte, ya que a esta lo que le interesa es la
perpetuación, para lo cual instrumenta todos los medios a través de los genes
para que uno y otro se encuentren y reproduzcan. Lo que pase después de ello,
le tiene sin cuidado.
La continuidad de la unión demanda de un intenso trabajo de las partes. En una
de las partes hay querer y deseo; en la otra, amor y deseo. La mujer ama a los
hijos. Al hombre, lo quiere. La diferencia, más allá de la poesía y de las
canciones, es abisal. El querer demanda posesión, funcionalidad, utilidad. El
amor es todo lo contrario. Es una entrega. Un dar que lo único que espera es atención.
El mejor ejemplo para ilustrar lo anterior son los hijos. A los hijos se les ama incondicionalmente y se les entrega un amor unidireccional que fluye de los padres a ellos y no al revés. Los hijos quieren a los padres, pero hasta ahí. Con esto lo que quiero anotar es que el amor de unos y otros es distinto. Y está bien, así ha sido, es y será. Esta en nuestro ADN y eso no hay como cambiarlo.
El instinto camina hacia adelante; la tradición, hacía
atrás.
Los hijos, ya una vez que crecen, deben construir su futuro.
Hacer su vida, reproducirse, proteger y educar a sus hijos. Sus padres quedan
en el pasado y aun cuando el cariño y el agradecimiento sea mucho, estos deben
ver hacia adelante, no hacia atrás.
En el inter de la reproducción y de la crianza, la pareja sortea sus abisales
diferencias gracias a la ingente actividad que demanda la descendencia. El
problema, no obstante, es cuando crecen y la pareja no construyo entre si un vínculo
filial en el cual uno y otro converjan en un punto medio.
Él quiere comodidad, resguardo y poca movilidad, amén de que la movilidad que
tiene es siempre la misma (rutinaria). Los cambios en él son nimios. Y es justo
esa inmovilidad lo que a que él le brinda paz. No olvidemos que él es un ente
de células rápidas y de acciones lentas, lo que hace que todo él tienda al
confort, mental físico e intelectual.
Ella, por el contrario, demanda novedad, cambio, disrupción. Entre más nuevo
sea todo lo que le rodea, mejor. Esta ingente necesidad de acción de las células
lentas de acciones rápidas es lo que hace que ella se desespere de ese Hombre
Maceta con el que hace la vida. Al tiempo que a él le exaspera ese afán de
novedad de esa Mujer Huracán que lo ha aceptado como inquilino (el hombre es un
inquilino en su casa).
La familiaridad sorprende o reafirma, pero desmitifica.
Para ella, él dejo de ser interesante en muy poco tiempo.
Ya no hay en él nada que la asombre o sorprenda. Es siempre la misma cosa: un objeto
entre objetos. Solo que este, además de estar vivo, demanda y opina, lo que
hace que le incordie más que los demás. Ella, por el contrario, ávida de
novedad y movimiento, busca afuera de él todo lo que este no quiere o no le
puede dar.
Este afán de novedad es lo que hace que ella siempre este comprando algo y que prefiera estar con las amigas que con él. Él, que vive en las antípodas de ella, se puede morir con el mismo par de zapatos, amén de que, cuando estos se gasten, comprará otros iguales. Cosa que ella, jamás hará (primero muerta que sencilla).
Para ella, él es la representación de la contradicción sentimental, lo que hace
que oscile entre el tedio y la continuidad. De hecho, hasta en la intimidad es
siempre lo mismo. Él no innova, no cambia sus formas, es siempre lo mismo.
Ella ve que incluso cuando él recibe a sus amigos en casa, estos hablan siempre de lo mismo, se ríen de los mismos chistes y hacen las mismas cosas. Cosa que no solo no entiende, sino que le desespera a más no poder.
Ella desearía que él la lleve a restaurantes nuevos, a probar nuevos platos, conocer
nuevos lugares y personas para poder hablar de cosas diferentes. Él, que le preocupa
tanto el mañana, ve toda esa frivolidad como un gasto innecesario, amén de que
si algo a aprendido con ella es que cumplirle un capricho es darle entrada al siguiente.
La relación, mientras los hijos crecían, tenía muchos distractores que atenuaban la latente inconformidad de las partes. Sin embargo, cuando los hijos hacen su vida o salen de casa, la pareja se encuentra con ese otro que está muy lejos de ese o de esa con la que construyo una idea de vida en su cabeza.
Lo ideal, huelga decirlo, es que ambos encuentren un punto medio. Para lo cual
es menester que ambos entiendan y comprendan que sus naturalezas son disímbolas
y que la naturaleza de uno no puede mimetizarse con la del otro ni convertir la
del otro, por lo que deberán encontrar un punto de unión en la que converjan
ambas naturas sin detrimento de la propia.
Recién me comentó un hombre que lleva muchos años solo…, que la única razón por
la que no tiene pareja..., es porque no ha encontrado una mujer con la que no
sienta que pierde lo que tiene cuando está solo. Me queda claro que lo que
enuncia se antoja, aunque no imposible, improbable. Ya que al cohabitar con
otra persona va a tener que perder parte de lo que tiene cuando está solo.
No obstante, y más allá de lo que el emérita enuncia líneas arriba, la realidad
es que la cohabitación demanda un dar y recibir de ambas partes. Ella deberá
aprender a regar la maceta y moverla de lugar para que los diferentes rayos del
sol la nutran. Al tiempo que el deberá lidiar con el huracán y conducirlo, si
eso fuese posible (que lo es) por esos conductos en los que sacudirá el entorno
si arrasar con todo.
Lo cierto es que la relación, aunque complicada, es complementaria. Él le
brinda a la Mujer Huracán la quietud de la que esta carece…, y ella le brinda
al Hombre Maceta la movilidad que este no tiene. Pero ambos se deberán tratar
como lo que son: complemento. Y no como transformadores de natura. Ni él va a
convertir a ella en Maceta ni ella a él en Huracán.
Me despido con dos reflexiones:
A ellas les diría que el que aprende a observar no
necesita preguntar: Él nunca les mintió. Siempre se mostró tal cual es… Y a
ellos les diría la frase del gran Mario Bendetti: “Cómo voy a culpar al viento
del desorden que causó, si fui yo quien abrió la ventana”.
Uno y otro deberán poner de su parte y encontrar un punto en donde los destrozos
del viento no eliminen la tierra que la maceta necesita para vivir.
Nos leemos en el siguiente artículo.