miércoles, 2 de julio de 2025

Festina lente.

La naturaleza se mueve violentamente hacia lugar, lentamente en su lugar. Premisa valida en todos los ámbitos de la naturaleza y por ende en los del hacer humano. La naturaleza nos evidencia constantemente esta premisa, no obstante, los seres humanos, que no nos sentimos parte sino dueños de ella, la estudiamos más para contralarla que para entenderla, perdiendo con ello, mucho de lo que esta nos puede enseñar respecto a nuestro propio acaecer.

Analicemos la premisa desde el combes de lo humano: La naturaleza se mueve violentamente hacia lugar, lentamente en su lugar…

En el inter de que una persona está en la búsqueda de un oficio, de una pareja, espacio geográfico o hábitat que obedezca a lo que el individuo es, mostrará, a ojos de los demás, un errabundo y errático andar, tanto en el ser como en el hacer. Y así seguirá hasta que llegue a ese oficio, pareja, geografía o hábitat en el que su naturaleza simplemente es.

Lo que hará que ese deambular de un lugar a otro o de una pareja a otra se vea más o menos atroz, será la cuna (amor y valores con los que la persona creció), no obstante, el brujulear de la persona será visible, y poco entendible a todos los de su entorno. Lo más habitual es que se le acuse de inestable y/o de poco fiar…, y es posible que en ese transito lo sea, no obstante, si algo nos ha demostrado la naturaleza es que en cuanto esa persona llega a su lugar, su proceder cambia diametralmente.

En ese estadio lo que veremos es a un ser humano que no solo vive en armonía consigo mismo (ya llego a su lugar), sino que además transmite y contagia paz. Es una persona que ya no necesita demostrar nada. Ya es y es porque llego y está en su lugar.

El ser humano se conduce, aun cuando no este consciente de ello, de la misma forma en que se mueve todo en la naturaleza: violentamente hacia su lugar…, y lentamente en su lugar.

La figura que más nos va a ayudar a entender esto es la adolescencia y la adultez temprana. En estos estadios de la vida nos es tan ingente la necesidad buscar ese lugar que el interior intuye (aun cuando no lo podamos identificar), que nos impele a saltar o movernos de una cosa a otra, de una pareja a otra y, en ocasiones, de una carrera a otra, sin mencionar, claro está, las veces que el individuo tuvo que cambiar de escuela o colegio para encontrar sus lugar.

Cierto que desde jóvenes podemos aproximarnos verbalmente a nuestro lugar (si no lo nombras, no existe), pero para ello es menester trabajar intensamente en uno mismo para educir que es lo que obedece a nosotros. Conozco hombres y mujeres que desde temprana edad pueden nombrar lo que quieren y buscan. Y otros que, si bien no lo tienen claro, si pueden nombrar lo que no quieren Y ese verbalizar lo que no quieren los salva de cometer muchos errores, tanto en el ser como en el hacer.

El sabio aprende en cabeza ajena; el hombre en la propia y el bruto ni en la de él.
Hay, no obstante, quienes nunca encuentran su lugar. No porque no exista, sino porque nunca han trabajado consigo mismos. Lo que los lleva a externalizar sus yerros en el ser y hacer de los demás y no en el de su propio proceder.

Son personas que, intencionalmente buscan ignorar su pasado, sin darse cuenta de que este siempre les persigue Y aun cuando imaginan, cuando algo vuelve a salir mal, que no es más que otro evento que deben dejar atrás, lo que realmente sucede es que este es el principio de otro igual o peor que ya comenzó y no se han dado cuenta. Lo que pasa es que nos enfocamos tanto en el resultado de las cosas que rara vez vemos el principio de las siguientes.

No obstante, la realidad es que si es posible identificar con algo de antelación esos accidentes del entorno o de la antropología que facilitan la consumación de esos yerros reiterativos que obedecen a las debilidades de nuestra natura.

Identificarlos nos permite evitarlos en lugar de precipitarnos hacia ellos, ya que, si bien es cierto que obedecen a nosotros, también lo es que son actos que no nos hacen mejores personas. Los atajos cortos crean retrasos largos.  

Justo en esos momentos es cuando debemos aprender a apresurarnos lentamente (festina lente) para no caer en esos atajos cortos que nos llevan a buscar lo fácil, cuando el pasado nos ha enseñado que lo único que hacen es alejarnos de nuestro lugar.

Llegar a tu lugar te hace perder el sentido de urgencia y de la novedad. Lo que sientes es una ingente necesidad de profundizar en lo que haces. De crear relaciones sólidas, amistades largas y oficios que nutran tu identidad, valor y aporte social.

El no encontrar tu lugar te lleva a un constante errar que no solo te hará a proyectar en los demás tus yerros y desaciertos, sino a exigir que sean los otros los que resuelvan tu vida…, cosa que nunca va a suceder.

Hay más tela en nosotros de la que es necesaria para cortar el traje de nuestro destino, pero para hacer esto es menester que limpiemos la mirada y nos apresuremos lentamente no al lugar de los demás, sino a nuestro propio lugar, que es el lugar donde somos lo que somos.

Nos leemos en el siguiente artículo.

 

 

 

2 comentarios:

  1. Excelente, me encanto

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  2. Somos seres que nacemos con elementos mínimos de identidad. El temperamento y la construcción de personalidad son producto de ese movimiento violento hacia y lento en nuestro lugar. A veces llegamos a ese lugar muy jóvenes que luego caemos en cierto un tipo de aburrimiento a pesar de disfrutar nuestra lenta estancia. Logras cosas grandes muy chico te lleva a cierta comodidad que con el pretexto de salir de ella te lleva a aprender lo que no tuviste oportunidad de hacerlo muy chico. Después lo más seguro que tu lugar te vuelva a llamar a el. Son dos formas antropología que expresar lo mismo. Nos gusta movernos lento en nuestro lugar.

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